El último viaje de Bécquer

Aquel joven inquieto, criado en los alrededores de la parroquia de San Lorenzo, de mirada misteriosa y pluma ligera y que con tanta gala y orgullo lleva el sevillano, no es para menos, pues sus letras quedaron para la eternidad tras su muerte el 20 de diciembre de 1870, aunque aún le quedaba por realizar un último viaje.

Hace poco, ha sido el aniversario de la llegada de los restos mortales de los hermanos Bécquer, un 10 de abril de 1912, desde Madrid. Las crónicas, nos han dejado detalles dignos de uno de sus relatos, pues aquellos restos llegaron en tren a la antigua estación de Córdoba, hoy conocida como Plaza de Armas, buscando el descanso eterno en su ciudad natal, tras un largo viaje en tren, como aquellos que escribía el poeta.

Las fotografías de aquellos días en que los sevillanos recibieron los restos del pintor y del poeta, son el reflejo del amor que se profesaba a los Bécquer. Podemos apreciar un maravilloso cortejo fúnebre, del más estilo becqueriano, increíblemente recibido por el pueblo sevillano. El traslado de los restos a la cripta de la Iglesia de la Anunciación, en Sevilla, fue informado por las Academias de Buenas Letras y Bellas Artes y las gentes invadieron las calles, para dar su último adiós a los dos hermanos. La comitiva, discurrió desde la Parroquia de San Vicente, hasta la Iglesia de la Anunciación de la Universidad de Sevilla, atravesando las conocidas Plaza del Duque y Plaza de la Campana. Los restos, fueron depositados en la cripta del templo universitario y en 1972, estos fueron trasladados al Panteón de Sevillanos Ilustres.

Parece que las coincidencias en los nombres, persiguieron la vida de los hermanos Bécquer. Nacieron y crecieron en el barrio de San Lorenzo y el día de sus muertes, ambas en 1870, con apenas tres meses de diferencia, sus cuerpos fueron depositados en la Sacramental de San Lorenzo, en Madrid. Desde este lugar, fueron exhumados para regresar a Sevilla. Tras la celebración de la capilla ardiente, en la estación de Córdoba el día 11 de abril de 1912 y debido a las inclemencias meteorológicas, provocadas por la intensa lluvia que caía sobre la ciudad, era imposible realizar el traslado como estaba previsto, por lo que tuvieron que buscar amparo en la Iglesia de San Vicente, concretamente en la capilla de las siete palabras, donde pasaron la noche, otra coincidencia del destino, pues fue en este sevillano barrio, donde vivió el poeta por última vez en una de sus casas, antes de su partida a Madrid. Tantos misterios encierran las siete letras de su nombre, como que un eclipse de sol sucedió en la ciudad el día de su muerte o que quemó, no sabemos si por miedo o por pudor, unas cartas antes de morir.

Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte, Vicente Palmaroli, 1870. Museo Nacional del Romanticismo.

Debemos agradecer, el soberano esfuerzo que le llevó a D. José Gestoso, poder trasladarlos hasta su ciudad natal, tras un largo y complicado proceso. Sus restos salieron desde Madrid, pero tuvieron que pasar mas de cuarenta años desde su muerte, para que se cumpliesen en parte, las últimas voluntades del poeta: «En Sevilla y en el margen del Guadalquivir, que conduce al convento de San Jerónimo, hay,…». Si paseamos por el parque del Alamillo, podemos encontrar en homenaje al Gustavo Adolfo, una cruz de mármol blanco, simbolizando la posible localización donde deseaba ser enterrado. Nuestras calles y plazas, lo recuerdan con decenas de lápidas y monumentos, que se distribuyen por Sevilla, en su casa natal, en la venta de los gatos o donde aprendió a leer y a escribir. Hoy solo queda el polvo de sus huesos, y aquellas urnas dónde el pintor y el poeta descansan en el panteón, recibiendo las ofrendas de sus más fieles admiradores, flores y poemas.

Los dibujos que ilustran este artículo, han sido cedidos por el pintor sevillano, Ricardo Gil, os invitamos a conocer más acerca de su obra.

¿Te has quedado con ganas de conocer más acerca de los Hermanos Bécquer en Sevilla?, puedes andar tras sus pasos por la ciudad en uno de nuestros próximos itinerarios o disfrutar de alguno de nuestros servicios culturales, no dudes en contactar con nosotros.

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San Hermenegildo nos espera en el Museo de Bellas Artes

Se acerca el fin de semana e imaginamos que estaréis buscando algún plan. La meteorología nos anuncia un fin de semana de lluvia en Sevilla y que a pesar de ser una maravilla, como se dijo en la traducción de My Fair Lady de George Cukor, os invitamos a resguardaros entre los muros del Museo de Bellas Artes de Sevilla y descubrais la Obra Invitada, en la sala IV del museo.

Hoy os traemos la talla de San Hermenegildo, magníficamente intervenida por el restaurador sevillano Carlos Peñuela Jordán. La imagen se encontraba en unas condiciones lamentables, debido a su situación en el oratorio de la puerta de Córdoba, supuesto lugar de encarcelamiento.

Esta imagen de San Hermenegildo sedente, data del siglo XVI, es anónima y se relaciona con el entorno de Juan Bautista Vázquez, el viejo. Como podéis observar en las fotografías, porta los elementos del martirio relacionados con este santo. Su delito, convertirse del arrianismo al catolicismo. Son visibles varios símbolos de su martirio, ya que fue hecho prisionero y más tarde decapitado. Porta las cadenas a sus pies y el hacha sobre su cabeza, es tocado con corona de rey y en su mano derecha sostiene un crucifijo, donde clava su mirada, manteniendo un dialogo con el crucificado, reafirmando de esta manera su apoyo al catolicismo.

Su cabeza estuvo dando tumbos alrededor de España, ya que al parecer se protegió y se escondió, apareciendo más tarde en la Catedral de Zaragoza, hoy se encuentra en el relicario del Monasterio del Escorial, mandada por las religiosas que la custodiaban al rey Felipe II, ya que es Santo Patrono de la Monarquía Española.

Lo podéis encontrar en la sala IV, junto al retrato de Cristóbal Suárez de Ribera, realizado por Velázquez, para la tumba del religioso en la iglesia de San Hermenegildo. Prestar atención al escudo que aparece en el retrato, ya que podréis encontrar los símbolos del martirio de San Hermenegildo. Por último y tras ver estas dos obras, os invitamos a deleitaros con la obra de Francisco de Herrera, el viejo, de la Apoteosis de San Hermegildo, realizado sobre 1620.

Esta obra invitada, estará expuesta hasta el 31 de mayo, fecha en la que San Hermegildo regresará al oratorio de la puerta de Córdoba, pero esta vez preservado de las inclemencias y de los agentes externos, ya que se conservará en una urna de metacrilato, para que la talla no sufra.

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El último toro del Pasmo de Triana

Un disparo seco, callado por el ruido de un motor, retumbó en el despacho del Cortijo Gómez Cardeña. El Pasmo de Triana, acababa de matar a Juan Belmonte. Fue un 8 de abril de 1962, a pocos días de cumplir los setenta años un 14 de abril, al que nunca llegó.

Del 72 de la calle Feria, Juan Belmonte vivió una infancia marcada por el hambre y la miseria, debiendo ayudar a su padre en su negocio a temprana edad. Dejó el colegio, pero eso no le impidió ser una persona culta, como más adelante descubriremos. De la feria, se mudó aún siendo un niño a Triana, barrio con el cual se sentirá identificado y dónde comenzará su afición por el toro. Vivió entre la calles Castilla y la Plaza del Altozano. Buscando un porvenir en el arte de la lidia, tomando la alternativa en 1913, un año después de que lo hiciera José Gómez, Gallito. Fracasó en su debut en la Maestranza, no dandole las glorias que él deseaba, pero su constancia y el hambre pudieron con el miedo que le tenía en sus inicios al toro, como relató a Manuel Chaves Nogales, en una de las mejores biografías del torero, Juan Belmonte matador de toros. Alcanzó joven el éxito por sus enfrentamientos con Gallito, que le ascendieron al Olimpo de la tauromaquia convirtiéndose en una de las mejores figuras de la historia de los toros.

Juan Belmonte y José Gómez en Madrid.

Gusta el enfrentamiento entre ambas figuras de la edad de oro del toreo, pero la rivalidad no fue mas allá que la del ruedo y los pitones del toro. Eran amigos en la intimidad como se ha podido saber, a pesar de que los aficionados estuvieran enfrentados, partidarios de Belmonte y partidarios de Gallito. Tanto trascendió esta amistad fuera de los ruedos, que compartían amistades y compañía en sus viajes. Dicen que Belmonte no volvió a ser él mismo desde la fatídica tarde de Talavera, donde su amigo José, expiró como el Cristo al que Juan le rezaba. Quebró la temporada del diestro y el genio se sintió huérfano de otro genio.

Juan Belmonte en plata, Zuloaga, 1924.

De carácter introvertido, callado, misterioso, con una fuerte personalidad y un hombre culto, así lo han descrito los que lo conocieron. Muy relacionado con los autores de la generación del 98, miembro de la tertulia de la calle Sierpes, los Corales, se rodeó de escritores y artistas de la talla de Hemingway, Ortega y Gasset, Valle Inclán Romero de Torres o Zuloaga, el cual le realizó varios retratos. Gustaba de realizar fiestas y tertulias en su cortijo rodeándose de libros y cultos amigos.

Tal día como hoy, disparó su pistola, en un suicido romántico, no por amores si no, por la meticulosa manera de proceder a el. A mi, siempre me gusta recordarlo en el salón de su casa o en el estudio, bajo la atenta mirada que pintara Zuloaga, de aquel torero que fue, mientras envuelto entre volutas blancas del humo de un habano, se perdía entre las hojas de cualquier libro que cayera en sus manos.

«Existe una identidad entre el amor y el arte, en ninguna de las dos cabe la voluntad», Juan Belmonte.

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Volverá la primavera

El letargo ha tomado la ciudad, el miedo y la desesperanza se camuflan hoy en la gente y estos no son más que los sentimientos latentes estos días de cuarentena, con una Cuaresma que se apaga en las calles, pero que sigue presente en los hogares, en una primavera que acaba de empezar y que ya es una “primavera perdida”. 

Sevilla vive una hibernación, un impasse que Morfeo ha querido dormir, donde su gente, hace sonar desde los balcones, los sonidos de las añoranzas que tendremos todos este año, suena la voz de un sevillano pregonando a la Semana Santa de Sevilla, el Pali cantando a una feria de abril que se pierde, mientras el azahar se apaga y las túnicas vuelven enojadas a los armarios, pero la ciudad de la Esperanza, sabe que esto no es más que un bache del cual saldrá más victoriosa, la “Muy noble, heroica, leal, INVICTA y Mariana ciudad de Sevilla”. 

Sevilla sabe, Sevilla lo sabe, que volverá la primavera y sabe que va hacer del otoño sus noches de farolillos, sabe que su Semana más Santa se ha esfumado este año sin ver una nube gris en el cielo, pero sabrá celebrarla alrededor de una estampa iluminada por una vela en familia, que recoge la fe y el sentimiento de una ciudad que le pide a la de los ojos grandes. Volverán las velas a iluminar una noche de Martes Santo en la plaza de San Lorenzo, volverá el ruan y volverá el esparto, volverá el incienso y la bulla, volverá el Señor a la calle y volverá ella, volverá la que define a la perfección lo que es Sevilla, porque con ella, volverá el alboroto a Parras y volverán las plumas y las corazas de las legiones de Pilatos, volverá la Esperanza y rebosará las calles de Sevilla. Y como no, volverá el culto a las iglesias y volverán las reuniones de amigos a la puerta de las tabernas, haciendo de estas, sus templos más personales, donde el oro que se bebe nos alegrará las noches, recordando cómo fue aquella primavera en la que Sevilla se durmió. 

Tardes de café en alguna esquina de la Alameda, noches de caracoles por los callejones de la Alfalfa, guitarras por el Salvador y paseos por la vega del río, en una primavera loca, estúpida, absurda, que se pierde, que se esfuma y que acaba de empezar, pero que coge carrerilla y que se arroja para volverse a vestir de albero un Domingo de Resurrección,  ya que Sevilla no es un toro manso, Sevilla es un Miura, que no da la batalla por perdida y que sabrá hacer del otoño su primavera, porque es la torre más fuerte, por lo que no lo dudéis que a Sevilla volverá la Primavera.